A los afectos que perduran... Ellos mueven el mundo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

ACEPTAR, ASUMIR...

Mi malestar interior, mi desequilibrio viene de no aceptar lo que soy, todo lo que soy...
Esto no significa que sea inadecuada. O que en mí haya partes inadecuadas.
No hay nada terrible, nada vergonzoso en mí. No hay nada, ni puede haberlo, que no forme también parte de cualquier otro ser humano. No hay nada que me convierta en inferior. Nada que me haga valer menos. Como humana puedo sentir celos, envidia, odio, ira y todo el abanico de emociones, de sentimientos, desde un extremo al otro.
Puedo haber nacido y crecido en un desierto emocional, pobre en recursos, que no me dio los modelos adecuados que me abrieran la puerta a la felicidad interior. Pero lo que realmente me daña no es sentir alguna vez una punzada de cualquiera de las emociones negativas condenadas por nuestro entorno. Ni que existan muchas cosas que todavía no he aprendido. Lo que me daña es no aceptarlo, no verlo, no ser consciente y no estar así en condiciones de cambiarlo.El mismo hecho de verlo y aceptarlo ya introducirá un cambio importante. Y lo que más me daña es rechazarlo como impropio de mí. Se vuelve entonces un elemento dañino de mi personalidad porque pasa a estar prohibido a mi consciencia. Prohibido reconocerlo, pensarlo, expresarlo o que otros lo expresen y me lo digan. Prohibido. Lo destructivo es que este elemento permanece distanciado de los demás aspectos de mi personalidad y me hace ser varias en vez de una. Y a partir de ahí hablar como varias, según la ocasión,  en lugar de como una. Tener partes en mi interior que luchan entre sí. Estos aspectos dañinos lo son porque están prohibidos. Por ello mi tarea fundamental no es prohibir sino aceptar. Lo dañino desaparece cuando lo acepto, sea lo que sea.
Si no acepto y asumo, creo un cuerpo extraño en mí que irrita y perturba mi calma. Cualquier suceso que no asumo es un invasor extranjero del que quiero librarme evadiéndolo, mirando a otro lado y lo hago gritándole a alguien, dejándome maltratar, dándome a la bebida o a cualquier otra adicción, enfrascándome en el trabajo de forma obsesiva, o puedo descargarlo sobre mi cuerpo y desarrollar una úlcera... Las posibilidades son numerosas. Pero lo que no asumo me crea un tremendo malestar y éste acaba saliendo de una u otra forma siempre destructiva. Lo no asumido es un veneno corrosivo.
Pero no hay nada que nadie pueda hacer para "obligarme" a asumir sentimientos que la sociedad tacha de inadecuados, o aceptar mi historia personal, mis carencias o cualquier otra cosa que yo haya decidido negar, negarme. ACEPTAR es un acto que tiene lugar en mi interior. Debe venir de mi propia libertad. Si alguien me lo impone convertirá el acto de asumir en algo, si no imposible, sí muy difícil.
Pero si entro en comunicación real, con una persona que acepta y asume en su interior todas las emociones sin condenarlas (lo cual no quiere decir dejarlas campar a sus anchas, ni dejarse arrastrar por ellas o permitir que guíen nuestra conducta y dañen a otros), que acepta y asume su pasado, sus vivencias, sus pérdidas, de la madre, del hijo, del amante, de las ilusiones, de la juventud, de una amistad, del lugar de nacimiento, de la salud... Que acepta la propia mortalidad, la pequenez, la fragilidad, las limitaciones, lo que le hace uno más y parte de la humanidad, también los dones, las habilidades que le hacen único y capaz de aportar su verdad al mundo; entonces yo tengo más posibilidades de hacerlo también.
Busquemos, pues, como camino hacia nuestro bienestar interior, la comunicación, la amistad, la relación con personas que aceptan y asumen, ellas nos ayudan, con su ejemplo, a construirnos, a crear, a superar los aspectos que nuestra familia o nuestro entorno nos negó. Son personas con las que podemos tener una relación auténtica.
Por algo la filosofía oriental lleva milenios promoviendo la aceptación como medio de paz y felicidad interior.