A los afectos que perduran... Ellos mueven el mundo.

sábado, 2 de octubre de 2010

Laberintos personales

Veo a mi alrededor demasiada gente perdida en su propio y particular laberinto de sentimientos, de ideas confusas y creencias que amargan la vida y alejan del amor.
En el pasado, a ratos aún, me he visto yo misma...
¿La entrada al laberinto...? Este materialismo atroz, en el que sólo lo físico, lo exterior y aparente, tienen cabida. Ahí empezamos a perdernos. Pobres ilusiones que no consiguen calmar nuestra sed de algo mágico y divino, de algo espiritual y trascendente.
¿Los oscuros corredores...? Las mil y una ideas que ese materialismo descreído da a luz y esparce cada día, ideas que pululan por todas partes sembrando confusión, con las que me encuentro a diario y que contribuyen a la pobreza espiritual, afectiva y a la infelicidad de todos:
No hay nada sagrado, ni mágico, ni asombroso en todo el Universo.
Aquello que no pueda ser sometido a experimentación, no existe.
Todo es relativo, una idea no es ni mejor ni peor que su contraria, depende de lo que me guste o me convenga en cada momento.
La filosofía es aburrida, sólo palabras abstractras y vacías sin conexión con la vida y que no sirven para nada.
Prohibido calentarse la cabeza con ideas trascendentales.
Divertirse, (que no ser feliz) es el único objetivo válido de nuestra vida. Beber, comer, estar comodos, tener la agenda llena de citas y mil relaciones, todas superficiales, todas desechables...
Poseer objetos y status, es vital. Sólo si tengo... soy alguien.
Y por supuesto... Libertad es hacer o decir cuanto me viene en gana en cada momento sin más criterio que mi propia apetencia... Perverso individualismo que nos lleva a confundir lo más auténtico y genuíno de nuestra personalidad, que sin duda es lo que nos abre al amor, al conocimiento y al desarrollo interior, con nuestros defectos, maldades y patrones de comportamiento más perjudiciales, heredados de nuestra familia o nuestro medio y enmascarados con la universal y célebre frase de " Yo soy así..." Libertad mal entendida que con frecuencia lleva a reconocer abiertamente, sin el más mínimo pudor cualquier antivalor. Recientemente oí, y no era la primera vez, "soy egoísta", con una naturalidad pasmosa, como quién dice soy rubio o moreno, sin ser consciente del terrible significado que encierran esas palabras: "Todo lo quiero para mí... tiempo, objetos, atención..." por tanto "Soy incapaz de amar por pura codicia" y "Sólo puedo participar en relaciones superficiales o de dominio" ... En ese momento me pregunté ¿quién puede estar junto a una persona, no sólo egoísta, sino que lo pregona abiertamente? Sólo alguien a quien sus acciones o sus palabras le son indiferentes, o alguien que se acostumbra y se conforma con no recibir... Triste mundo afectivo en el que se va sembrando con cada acto egoísta, la semilla de lo que en el futuro les será negado por cuantas personas cansadas de dar lo formarán.
¿El Minotauro...? El monstruo deforme y dispuesto a devorarnos... Sin duda el miedo... siempre el miedo.
Hay quién dice que sólo existen dos emociones, el amor y el miedo. Y todas las demás se reducen a una de las dos.
Cualquier acción emprendida se basa en el amor o en el miedo.
El miedo es la energía que cierra, capta, huye,oculta, acumula y daña.
El amor es la energía que abre, emite, permanece, revela, comparte y sana.
El miedo duele, el amor alivia. El miedo ataca, el amor repara.
Estamos en un laberinto todos aquellos que no hemos aprendido a vencer al miedo. Miedo a ser parte de una minoría que busca lo espiritual.
Miedo que paraliza, que impide ver con valentía la propia maldad, (da igual que sea consciente o en forma de ignorancia), nadie está libre de ella. Y ver con ecuanimidad que la bondad y el acierto también son posibles en el "enemigo" que nos ataca o nos cuestiona.
Miedo a vernos como somos, con nuestras luces y nuestras sombras.
Miedo, como decía Virginia Satir, de ver, de sentir, de decir, de pedir y de arriesgarse. Miedo que nos deja para siempre perdidos en los pasillos de un laberinto en el que no existen, ni la paz ni el encuentro verdadero con otra persona.
Y lo más difícil no es cómo salir de ese laberinto. Es darse cuenta de que vives en él...
Los psicólogos afirman que algunas vivencias nos dañaron tanto en una época de nuestra vida, que algunos de nosotros nunca llegaremos a salir del laberinto y ser personas libres que aman sin temor. Las estrategias y defensas que inventamos para librarnos de la ansiedad, el dolor y el miedo se han hecho tan fuertes, rígidas e invisibles que ni se nos ocurre ya vivir sin ellas. Y empezar a actuar de otro modo se vuelve un imposible.
Puede que tengan razón, aunque ello no coincide ni con mi convencimiento más profundo, ni con mi deseo.
Creo que en el interior de cada uno hay una voz que destaca sobre todas las demás, que nos grita en silencio que otro modo de vida es posible y necesario. Que podemos escapar, y estar más vivos como seres humanos. Que no debemos morir sin habernos entregado con toda el alma en relaciones de verdad.
Ni lo trascendente, ni el amor pueden ser silenciados y rechazados por siempre. Por amordazados que estén serán una fuerza poderosa en nuestro interior que encontrará el modo de hacerse oír.
Fuerza dispuesta a aliarse con cualquiera que grite su verdad. Dispuesta a convertir nuestra mente en un campo de batalla y a no darnos un minuto de paz si intentamos acallarla.
Ojalá que una semilla de luz prenda en cuantos viven encerrados en sus propios laberintos para que el aumento de la conciencia sea el hilo que les saque de su infelicidad e insatisfacción. Este es mi deseo para todas las personas y especialmente para aquellas a las que quiero.
El amor espera a plena luz del día.

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